Sin entrar en mayores profundidades sobre las dos primeras revoluciones industriales, sí sería interesante comentar, antes de adentrarnos en si estamos o no preparados para una cuarta revolución, en lo que históricamente se ha conocido como tercera revolución industrial.
La tercera revolución industrial, de manera genérica, se entiende como el proceso de desarrollo tecnológico causado por la invención de la microelectrónica y, salvo rara excepciones, corresponde sin duda con nuestra etapa actual. Se inicia a mediados del siglo XX y sigue hasta nuestros días. Es más, según la propuesta definida por Jeremy Rifkin en su libro «La Tercera Revolución Industrial«, se ampliaría el concepto a ámbitos más energéticos, pues éste centra la misma en el desarrollo, todavía incipiente, de una revolución tecnológica enfocada en la migración de la totalidad de las fuentes energéticas hacia fuentes renovables. Si bien este planteamiento dista de la habitual utilización del concepto de «tercera revolución industrial» tradicional, ello no hace más que abundar en la idea de que nos encontramos todavía en los primeros pasos.
Por otro lado, el concepto Industria 4.0 se correspondería con una nueva manera de organizar los medios de producción, acentuando la idea de una creciente y adecuada digitalización y coordinación cooperativa en todas las unidades productivas de la economía. Nada que ver, a priori, con la implantación de tecnología por el hecho de implantarla.
Dicho lo cual, ¿estamos preparados para una cuarta revolución, cuando, en términos generales, ni siquiera hemos arrancado la tercera?¿Están nuestra industrias y procesos preparadas?¿Lo estamos nosotros?
Parecería lógico pensar que, en un entorno productivo, fuese importante conocer los costes de producción al detalle. Parecería que, independientemente de otras consideraciones, fuese importante saber cuánto nos cuesta fabricar nuestros productos: materias primas, recursos humanos, costes energéticos, etc. Aunque fuese a la vieja usanza. En este contexto, tendría sentido, una vez conocidos estos costes, una vez sabidos los pormenores de nuestro negocio, embarcarnos en optimización de los mismos y, para ello, aprovechar la tecnología existente para automatizar su cálculo, centrando los esfuerzos en la optimización de los mismos, el análisis, la mejora.
Lo primero va antes.
Pues no. Parece que, para ser mejores, más competitivos, más eficientes, más modernos, debemos, independientemente de si sabemos cómo hacer ciertas cosas, implementar tecnología y software que la calcule. Incluso que la analice e interprete por nosotros. ¿No sería lógico dar los pasos en su orden?¿De qué nos sirve implantar un software MES sin saber si lo necesitamos?¿Cómo vamos a saber qué le debemos pedir al software si nunca antes hemos necesitado lo que nos ofrece?
La tecnología debe ser un medio, no un fin en sí misma. Implantar tecnología de manera «alocada», muy probablemente acabe mal. Los ejemplos son numerosos. Además, al no haber hecho los deberes previos, al no haber tenido la necesidad de disponer de ciertos datos aunque fuesen tomados de manera manual, no nos hemos planteado obtenerlos de manera automática, con lo que la adopción de ciertas herramientas software de análisis van a carecer de los datos necesarios. Nuestra plantas no están preparadas.
Deberíamos trazar una plan adecuado a nuestras necesidades. Y para ello debemos saber cuáles son. Un análisis introspectivo y crítico nos debería dar las pistas necesarias para ello.